¡Hola! Estoy a nada de hacer las pruebas para ir a la universidad pero aquí me tenéis, buscando un rato para sacarle el polvo al blog, que esto empezaba a estar muy abandonado. En esta ocasión quería hacer una entrada un poco diferente, ya que he escrito una pequeña reflexión que me gustaría compartir con vosotros.
Hoy mientras estaba estudiando, he empezado a
pensar en que hace unos años la simple idea de que una mujer estudiase era
inconcebible, y mucho más si el área de estudio eran las ciencias. Como persona
que acaba de terminar segundo de bachillerato, no encuentro ningún motivo que
me lleve a pensar que mi sexo tiene alguna dificultad añadida para comprender
las matemáticas o la química con respecto al masculino. Hoy me he sentido un
poquito más reivindicativa de lo habitual y me he parado a pensar en que
últimamente reflexiono sobre cómo he cambiado. Mi infancia fue completamente
rosa y de princesas, tanto que poco me faltó para ir soltando purpurina mientras
me movía (de hecho, debo confesar que ese era uno de mis sueños hace muchos,
muchos años). Luego, no hace tanto, llegó una etapa en la que no quería ver
nada rosa, porque sentía que estaba
cambiando y quería romper de algún modo con esa parte de mí que aún se resistía
a dejar de creer en hadas. Hoy puedo decir, orgullosa, que mi irónico sentido
de tomarme la vida me ha llevado a tener en mi estantería una corona de
princesa encima de mis libros de química. He llegado a la conclusión de que es
posible ser princesa, química, matemática y todo lo que me proponga, y aunque
desde este rincón no pueda hacer mucho más, me llega con saber que al menos una
persona me estará leyendo y comprenderá que no podemos ponernos barreras, sino
objetivos. Porque si hoy hablamos de hombres brillantes en física, espero que
mañana podamos hablar no de hombres, sino de mentes brillantes, porque es una
palabra que deja hueco para las mujeres.
